Acabamos de volver de Barcelona. Hemos pasado unos días deliciosos y relajados, con tiempo para tomar baños en el mar y para caminar por la montaña o pasear por la ciudad.
Cuando volvíamos hacia Madrid, Iván y yo reflexionabamos sobre la diferencia de estas vacaciones y las del año pasado. Concretamente, con respecto a la alimentación. El verano pasado estuvimos en Ibiza, pero estuvimos bastante agobiados por si encontraríamos comida vegana, así que llevamos bastantes productos desde casa, para poder hacer las comidas en el apartamento. Sin embargo, este año, nos hemos relajado y sólo hemos llevado alqunos dátiles, higos secos, y muesli deshidratado casero. Nos hemos dado cuenta que es fácil viajar comiendo crudo, ya que en cualquier sitio encuentras frutas, verduras ( y más siendo verano) o alguna opción vegana cocinada. Ha sido bastante distinto, en un camping y con tan solo unos platos y cubiertos…sin más complicaciones.
Cuando hemos estado en la ciudad hemos comido en varios restaurantes veganos o con opciones veganas, tratando de comer lo máximo crudo. Curioso observar como después de tanto tiempo comiendo crudo, el tomar algún producto cocinado, o mejor dicho, procesado (tipo fiambre vegano) nos ha generado algunos ardores de estómago…eso ya no es para nosotros. También han aparecido algunos granitos en la cara de los que no nos acordábamos…
Pero hemos estado felices y si hemos comido algo ha sido con disfrute y agradecimiento, que es lo que nos falló el año pasado. Ahora, ya de vuelta a casa, notamos que necesitamos litros de batido verde y muuuchas ensaladas, volver a nuestro ritmo habitual…¡y dormir acurrucados con las gatitas Flora y LLuvia en nuestra cama!.
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